CLONAR PROSÉLITOS
Clonar prosélitos es la tentación de las escuelas. No ir tras ellos (como hacen todos los propagandistas ideólogos, políticos, religiosos o mercaderes, habidos y por haber), sino moldeárselos poquito a poco desde chiquitines: formatearlos. Algunos padres y madres todavía lo intentan, pero el amor a sus hijos suele espabilarlos y renuncian pronto.
Pero que maestras y maestros “contagien” sus ideas, creencias y valores al mayor número posible de alumnos parece lo más natural del mundo. Y quieren que los colegios declaren abiertamente su ideario para que los padres lo acepten y el centro se trabaje a sus hijos a fondo. Otros, en cambio, dicen que el proselitismo y todos sus parientes (el lavado mental, la propaganda doctrinal…) son un tabú inmoral infranqueable. Y hasta dicen – algunos pocos – que la escuela tendría que ser neutra, aconfesional, o ideológicamente indiferente. Se pasan ¿no? Una escuela laica no era eso.
Así que Educar(NOS) os plantea uno de los asuntos más peliagudos de la teoría de la educación y de la práctica escolar de todos los tiempos. ¿No acusaban a Sócrates de corromper a los jóvenes? Y eso que el suyo era un tercer camino sobre los dos dichos: ni seducir ni neutralizar a la juventud, sino provocar la crítica frente a todo y a todos, hasta frente a uno mismo.
Si algo define hoy nuestro sistema educativo, es el mercado: se oferta y se demanda un equipamiento escolar que garantice el éxito social posterior (lo llaman competencias básicas). A primera vista, eso nada tiene que ver con la ideología ni con las creencias religiosas o políticas. Pero, si se mira bien, con sólo proponer el éxito social como fin último, ya hay bastante ideología: “una cloaca de propaganda empresarial”, decía Milani que era la escuela italiana (pública y privada) en 1961: “sólo propone a los chicos el dios dinero” (Carta a una maestra).
Todas las decadencias – como ésta – recurren a la educación y esperan que nos salve. Si los androides sueñan con ovejas eléctricas, era previsible que intentáramos hacernos los niños a medida. ¿No es eso “dar una buena educación”? Desde prevenir el maltrato doméstico o el exceso de velocidad viaria o de consumo de drogas y alcohol, todo se espera de la escuela, pasando – claro está – por inculcar la fe religiosa. Y ¿cómo no? ¿Vamos a dejar que los chicos nos salgan apolíticos o peperos, o izquierdosos de boquilla o comecuras, beatorros o sectarios?
Esta revista hace ya mucho tiempo que diferencia dos procesos humanos: aprender y educar. Deberíamos aceptar de una vez que “nadie educa a nadie, sino juntos”, es decir, en un proceso humano diferente. Tal vez así logremos desenredar un poco la maraña de buenas intenciones absurdas y el vocabulario tan confuso con que hacemos las leyes o las tumbamos.
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